VÍDEO "EL SUR", CON JORGE LUIS BORGES COMO PROTAGONISTA
ADAPTACIÓN DEL FRAGMENTO FINAL DE "EL SUR" (Guión, producción, edición y dirección: Alejandro Abramovich, 2010.
Texto completo del cuento “El sur”, de Jorge
Luis Borges
El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes
Dahlmann y era pastor de la
Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan
Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se
sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco
Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires,
lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan
Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado
romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre
inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas
músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la
soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A
costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una
estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria
era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna
vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad.
Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la
certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la
llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.
Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas
distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de
Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que
bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le
rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió
la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja
de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de
cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada
estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La
fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para
decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le
repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil
estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días
pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un
médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable
sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó
que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió
feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo
sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el
vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo.
Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los
días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había
estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su
boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se
odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba
que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy
dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de
una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las
miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían
dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le
dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la
estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.
A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann
había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo
llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión
del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y
la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de
casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las
plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de
vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las
esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz
amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.
Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann
solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle
entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la
nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de 1a puerta, el
zaguán, el íntimo patio.
En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó
bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de
Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una
divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de
café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la
clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era
ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en
el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la
eternidad del instante.
A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los
vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los
coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de
Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su
desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un
desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.
A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión
y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La
verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha
jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho
más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad
y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente
vivir.
El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en
los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.
Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo
fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la
patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas
servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente
mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y
lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas
estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer
árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo
conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y
literario.
Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el
blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al
anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el
que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían
atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia
el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos
humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera,
secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La
soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al
pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector,
que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de
siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El
hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de
oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).
El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado
de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un
cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera
conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.
Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había
hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura,
antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar
esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor
del trébol.
El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado
para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un
grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque
había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego
comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del
sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para
agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió
comer en el almacén.
En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que
Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se
acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo
habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los
hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del
tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el
poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando
inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos,
que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.
Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con
el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de
hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó
con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar
la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de
uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían
peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo
puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso
ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita
de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.
Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que
nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar
la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones
se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate
que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea
confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo
exhortó con voz alarmada:
-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.
Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió
que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la
provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba
contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado
al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.
El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de
Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a
exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre
malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con
los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula
voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.
Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una
cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer
a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo.
Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese
acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su
mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran.
Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima
no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo
para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas,
pensó.
-Vamos saliendo- dijo el otro.
Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor.
Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo
abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una
fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió
que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte
que hubiera elegido o soñado.
Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y
sale a la llanura.
Cuestionario
1. ¿Por qué este cuento es considerado el más autobiográfico
de todos por el mismo autor?
2. ¿Es un cuento fantástico o realista? Justificar.
3. ¿Cuál es el conflicto de identidad que se plantea?
4. ¿Cuál es para vos el desenlace real?
5. Justificar la presencia del gaucho y su influencia en la
decisión final del protagonista.
6. Escribir una historia, a modo de cuento fantástico, donde
el protagonista se enfrente con un problema de salud severo o alguna situación
límite. El final, en lo posible, será feliz.
A continuación, las respuestas del alumno Jesús Schwindt, de 5º 1ª:
Trabajo Práctico Cuento " El sur" de Jorge
Luis Borges
1. ¿Por qué este cuento es considerado el más autobiográfico por el mismo
autor?
Es considerado el más autobiográfico porque se inspira en hechos que realmente
le ocurrieron a su autor. Existen muchas coincidencias entre Borges y el
protagonista.
* Abuelo militar.
* Trabajo en una biblioteca.
* Encuentro de una traducción de "Las mil y una noches".
* Accidente producido por una ventana al subir una escalera distraídamente que
le produce una septicemia.
2. ¿Es un cuento fantástico o realista? Justifica.
En el cuento se ve un contraste entre lo real y lo irreal, no se puede
determinar con certeza lo que sucede.
Algunos párrafos dejan entrever que se trataría de un viaje en el tiempo:
"... sospechar que viajaba al pasado no sólo al sur".
El viaje puede ser interpretado como un sueño, su lenta agonía por septicemia.
El protagonista elige el duelo a cuchillo (en la realidad le inyectan una
aguja) como una manera preferida de morir cuando en realidad es una alucinación
en el momento de la muerte, una visión fantástica de cómo hubiera deseado dejar
de existir.
Por lo expuesto anteriormente creo que es fantástico ya que tiene rasgos que se
le atribuyen a la narrativa fantástica.
3. ¿Cuál es el conflicto de identidad que se plantea?
El tema de la identidad se ve plasmado cuando en la pulpería Dahlmann. Había
decidido dejar pasar la provocación, no luchar, hasta que su apellido queda
involucrado. Sale a pelear cuando lo nombran, ya que ahora van en contra de su
apellido y de sus antepasados.
El sur representa el pasado, sus antepasados, que son también parte de su
identidad. Está
presente otro conflicto de identidad, que se relaciona con los dos linajes,
criollo y alemán.
4. ¿Cuál es para vos el desenlace real?
En mi opinión, el desenlace se produce con la muerte del protagonista.
5. Justifica la presencia del gaucho y su influencia en la decisión final del
protagonista.
El gaucho representa al sur, al pasado heroico, lo invita a tomar una decisión,
a morir como un héroe romántico, al arrojarle la daga.
6. Escribir una historia a modo de cuento fantástico donde el protagonista se
enfrente con un problema de salud severo o alguna situación límite. El final,
en lo posible, será feliz. El hombre caminaba
solo y en silencio hacia aquella luz que lo invitaba. No sabía cómo había
llegado allí. Sólo reparaba en que debía arribar al final del camino.
Se notaba liviano, no sufría ni frío ni calor, no tenía hambre, no sentía
dolor. No veía nada a su alrededor, solamente esa luz invitante, poderosa,
irresistible. Y hacía allí se dirigía.
Sus movimientos eran lentos, pausados, interminables, no podía alcanzarla, pero
sabía que debía ir hacia allí.
Entonces comenzó a ver figuras conocidas que le sonreían, lo tocaban y lo
llamaban por su nombre: su madre, su abuela, sus tías, aquel amigo tan querido.
No podía hablarles, pero percibía que ellos sabían lo que quería decirles.
Y, en ese momento casi etéreo, fue arrastrado violentamente, como en un
remolino. Su cuerpo caía, no podía detenerse, la luz súbitamente dejó de
brillar y sus seres amados se desdibujaron y perdieron nitidez hasta
desaparecer. Otra vez la oscuridad. Cuando abrió los ojos estaba en la camilla de la sala de operaciones. Un
grupo de batas verdes borrosas le decían: “¡Qué susto nos diste! Pensamos que
te perdíamos!”
Victoria Álvarez, alumna de 5° 3a., ha
escrito un texto argumentativo sobre las obras de construcción y de refacción
del edificio donde funcionan dos escuelas, además del Liceo 11. Lo escribió
antes de que se cayeran dos pesados plafones con tubos de iluminación, en el
salón de actos, el martes 20 de septiembre. Los comparto con los visitantes del
blog.
"Obras tardías, ¿beneficio o
dificultad?"
El Colegio Nº 12 "Reconquista",
el Liceo N° 11 "Cornelio Saavedra y el Colegio Nº 16 "Guillermo
Rawson" sonlos nombres de las
instituciones escolares que dictan clases en el edificio ubicado en Avenida
Triunvirato 4992, en el cual se están realizando obras de supuestas
"mejoras edilicias" por parte del Gobierno de la Ciudad. Dichas obras
dificultan el normal dictado de las clases, ya que, por ejemplo, el cambio de
las instalaciones eléctricas provoca más ruido, que se suma al de los
automóviles y colectivos que circulan por las calles Pedro Rivera y Avenida
Triunvirato. Como si fuera poco, también se estuvieron haciendo otras obras:
una salida de emergencia en caso de incendios, una cisterna para incendios...
El Gobierno de la Ciudad sostiene que son
obras que nos benefician a todos, ya que se mejora el edificio, pero no se dan
cuenta de que, junto con esto, los alumnos vamos alejándonos del colegio,
porque cada vez sentimos menos pertenencia por las molestias que ocasionan los
trabajos.
Después del receso invernal, el regreso a
clases se dificultó por las condiciones precarias del colegio para recibirnos
nuevamente. Todo empeora desde entonces: los profesores deben recurrir a dar
tareas como trabajos prácticos con el fin de obtener, de alguna manera, notas
nuestras y poder así cerrar las calificaciones parciales y generales del
segundo trimestre.
En tanto sigan las obras, seguirá
sucediendo que cada vez más alumnos dejen de asistir; y el colegio continuará
cayéndose a pedazos, porque las paredes, pizarras, ventanas, pisos, entre
otros, se deterioran notablemente. No hay suficientes borradores para todos los
cursos; los obreros utilizan los basureros de nuestras aulas para desechar sus
escombros, dejándonos sin tachos. No nos explicamos cómo es que han extraído
todos los extintores de incendio y mangueras; si ocurriese un accidente y
fueran necesarios, ¿qué haríamos?
Estamos atravesando una situación
insostenible; antes de comenzar las obras, deberían haber realizado una visita
a las instituciones para observar el estado de las aulas y el edificio en
general.
Lo inaceptable de todo esto es que antes
contábamos con los laboratorios de Informática y Ciencias, Sala de vídeo; ahora
la sala de vídeo, por ejemplo, no está en uso.
Se hizo la tan ansiada entrega de netbooks
y surgieron nuevos problemas, como la incompleta instalación de la red
inalámbrica que el Gobierno de la Ciudad debe darnos para poder trabajar; a los
profesores se los capacitó para dar clases con el programa del profesor, pero
recibieron las netbooks con el programa del alumno; algunas computadoras
vinieron falladas, otras se bloquearon...
Suceden demasiadas irregularidades en el
mencionado edificio, que nos quitan las ganas de concurrir al colegio y, sobre todo, de ingresar en él.
A continuación, publicamos más cuentos inspirados en "El sur".
Cuento de Jesús Schwindt:
El hombre caminaba solo y en silencio hacia aquella luz que lo invitaba. Desconocía cómo había llegado allí. Sólo sentía que debía arribar al final del camino. Se notaba liviano, no sufría ni frío, ni calor, no tenía hambre, no sentía dolor. No veía nada a su alrededor, solamente esa luz invitante, poderosa, irresistible. Y hacia allí se dirigía. Sus movimientos eran lentos, pausados, interminables; no podía alcanzarla, pero sabía de debía ir en esa dirección. Entonces comenzó a ver figuras conocidas que le sonreían, lo tocaban y lo llamaban por su nombre: su madre, su abuela, sus tías, aquel amigo tan querido. Le era imposible hablarles, pero percibía que ellos sabían lo que quería decirles. Y en ese momento casi etéreo fue arrastrado violentamente, como en un remolino. Su cuerpo caía, no podía detenerse, la luz súbitamente dejó de brillar, y sus seres amados se desdibujaron y perdieron nitidez hasta desaparecer. Otra vez la oscuridad. Cuando abrió los ojos estaba en la camilla de la sala de operaciones. Un grupo de batas verdes borrosas le decían: ¡"Qué susto nos diste! ¡Pensamos que te perdíamos!
Cuento de Daniel Sosa:
Una tarde, ocho días después de mi accidente, mi médico habitual se presentó con un colega nuevo y me condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador. En el camino, me sentía feliz y estaba conversador, hasta que llegué. Fue cuando me desvistieron, me raparon la cabeza, me ataron a una camilla y me iluminaron hasta dejarme ciego. Y, en ese preciso momento, un hombre enmascarado me clavó una aguja en el brazo. Me desperté luego de varios días, lo supongo, porque en verdad no lo recuerdo bien. Sí recuerdo bien que me desperté en un asiento de un micro semicama, con destino a la ciudad de Rosario, Santa Fe. Me levanté del asiento para despabilarme y entender el propósito de mi viaje. Vi, finalmente, que todos o la gran mayoría de los pasajeros tenían la camiseta de Chacarita Juniors, equipo de fútbol del que soy fanático. Deduje que nos dirigíamos a la cancha. En la radio se podía escuchar la previa del partido que jugarían Newell's Old Boys contra Chacarita. Mientras tanto, mirando por la ventana, podía leer el cartel "Bienvenido a Rosario". A cada momento se incrementaban mis ganas de llegar al estadio. Al entrar en la ciudad nos esperaba nuestra hinchada amiga, la gente de Rosario Central, que es el clásico rival de Newells Old Boys de Rosario. Compartimos un asado con ellos y nos dirigimos al estadio. Quinientas personas comimos el asado y la cancha éramos seis mil en la tribuna visitante, entre nosotros doscientos hinchas de Rosario Central. A las tres en punto, salieron los equipos a la cancha y se los recibió con fervor. A las tres y cuarto comenzó el partido. Pasaron los primeros cuarenta y cinco minutos y los equipos se fueron al descanso sin marcar goles, Chacarita necesitaba una victoria para poder lograr el campeonato. En el entretiempo de quince minutos, me compré un Paty y una Coca-Cola, que terminé al empezar el segundo tiempo del partido. Ya transcurridos cuarenta y dos minutos del enfrentamiento, Chacarita no lograba jugar bien y un contraataque ofensivo de Newells hacía peligrar las chances de ver campeón a mi equipo. El delantero número nueve de Newells quedó mano a mano con el arquero de Chacarita y se lo sacó de encima con un excelente amague de izquierda a derecha, y se disponía a marcar el gol, ya con el arco vacío y sin ninguna marca. Fue entonces cuando decidí entrar en acción y quedar en la inmortalidad del recuerdo de la gente y del club; salté el alambrado que separa a los jugadores de la gente de la tribuna y, arrojándome al mejor estilo de arquero, impedí que el disparo del "9" se convirtiera en gol. Luego de esto, todo el estadio quedó enmudecido, y una docena de policías me llevaba arrastrando y a los golpes a la comisaría más próxima al estadio. Allí, me tuvieron una semana detenido y me golpearon a más no poder en todo momento, como a alguien acusado de matar a un policía o algo por el estilo. A los dos días de estar compartiendo celda con el resto de la población carcelaria, alguien del personal de limpieza me dio una excelente noticia: Chacarita había sido campeón gracias a mi intervención y a un gol de penal en el último minuto del partido. Mi alegría era inmensa y eso me ayudó a soportar los maltratos de los policías durante toda esa semana. Pero ahora que lo pienso detenidamente y después de haberme recuperado de todos los golpes, no dudaría ni por un segundo de repetir la acción que me convirtió en héroe aquel día. Ni bien me recupere, ¡me dispondré a ir a la cancha y alentar a Chacarita nuevamente!
B. Durante la suspensión de clases, después del receso invernal, indiqué a los alumnos, entre otras actividades, que escribieran un texto argumentativo sobre la situación de la escuela con motivo de las obras del edificio.
Andrea Giampietro prefirió producirlo a modo de un cuento original y conmovedor:
“Él, Liceo Nº 11”, de Andrea Giampietro
La situación en el edificio nunca fue la misma. Comencé a cursar allí, en el Liceo 11 en el 2006, yo tenía catorce años y estaba por cumplir los quince. Recuerdo que el primer día me recorrí todo el colegio, me fascinó su estructura y, por supuesto, la gente que llegué a conocer.
Conocí a alguien muy especial, pero a la vez raro, por el simple hecho de que, cada vez que algún otro alumno o profesor, o mejor dicho cualquier persona del colegio, le hacía algo malo al edificio, él aparecía lastimado. No sé si llamarlo casualidad o, simplemente, un accidente, como a todo el mundo le ocurre.
Ese amigo se llamaba Benjamín y nunca nos separábamos. Él era como mi guía dentro de ese edificio; me ayudaba con todo, hasta con mis decisiones, ya que me costaba muchísimo hacerlo por mi cuenta.
Pasamos de año, los dos juntos en segundo por fin, un año menos de escuela, más aprendizaje y peor su apariencia. Yo le preguntaba constantemente qué le había sucedido que tenía raspones en el cuerpo, y él solo me respondía: “Observa a tu alrededor”. No entendía bien lo que me quería decir, en realidad solo me preocupaba él.
Esa misma tarde, tuvimos la presentación de algunos profesores; como cada año, siempre formábamos en el patio. Mi mirada recorría todo, cada detalle, hasta que vi a Benjamín llorando en un rincón donde se encontraba el “cementerio de sillas”; fui a ayudarlo, pero nada me decía, solo lloraba.
Transcurrió ese año, fueron pasando cosas en la escuela, sillas que se rompían, paredes y mesas con pintadas, ventiladores y ventanas rotas. El colegio empezó a decaer, y mi amigo a enfermarse.
Los meses de clase se pasaron volando; a pesar de su debilitada salud, Benjamín también pasó de año. Ya en tercero, a él le habían cambiado los ojos de color; les dije que era raro mi amigo, realmente especial. Sus ojos de marrones, color ámbar, se tornaron más oscuros y llorosos.
También estuvo todo ese año con una gripe terrible. En agosto, la escuela se cerró, fue tomada. Yo me enteré, desde el hospital, de las condiciones en que estaba el colegio. Benja fue internado.
Tras un mes sin clases por la toma, él recibió el alta, pero le aparecieron más marcas por todo el cuerpo. Yo volví a clases antes que mi amigo, le había contado que la escuela estaba muy abandonada y descuidada completamente. A partir de ese día volvió a tener problemas con su salud, ¡y esas malditas manchas!
Llegó el dos mil diez, comenzamos cuarto año, con varias dificultades: los pisos sucios, insectos en las aulas e invasión de palomas, más… ¡el completo descuido! Mi amigo tuvo que estudiar seis meses en su casa porque, por problemas respiratorios, no podía cursar en la escuela. Lo extrañé mucho, pero no faltaba un día sin que yo fuera a verlo. Por suerte se recuperó a fin de año y logró llegar a quinto conmigo.
Empezamos lo más bien, pero el sufría lo suyo; sus problemas de salud me preocupaban muchísimo, cada vez lo veía peor, casualmente al igual que a la escuela. Pasaron un par de meses, comenzaron unas obras en el edificio del liceo y, de inmediato, las vacaciones de invierno.
Durante el receso, no pude hablar en ningún momento con él pero, unos días antes de reiniciarse las clases, recibí la peor noticia, mi mejor amigo estaba internado en coma, en el hospital más cercano al colegio, el Pirovano.
Cuando iba a verlo, en mi desesperación llamé a su familia para saber qué había ocurrido con él. Y me dijeron que se enteró por Internet que en el liceo no habían comenzado las clases por un tiempo más. ¿El motivo? Su profunda destrucción, un pozo en el medio, ocupando el lugar en el patio, donde siempre nos juntábamos a charlar en el recreo. Llegué al hospital y, con mis cosas, me instalé ahí, no quería moverme de su lado por nada del mundo.
La situación de la escuela no mejoraba ni empeoraba. Así estaba Benjamín.
Después de veinte días, casi un mes, llegaron a un acuerdo, las clases empezarían normalmente y el edificio sería reparado.
Él fue recuperándose poco a poco, y yo intentaba acompañarlo…
¡Por fin! Terminamos quinto año, después de muchos destrozos. Recibimos el diploma felices y contentos; yo, como siempre, ayudando a mi amigo, que estaba con suero y en silla de ruedas, luego de haber estado meses internado. En el momento en que le tocó recibir el diploma, me dijo al oído: “¡Ya van cincuenta y una veces que recibo el diploma!”. Y entonces comprendí, con un helamiento total en el cuerpo, quién era Benjamín, mi compañero, mi amigo…
Al cabo de tantos años, había descubierto su gran secreto. El liceo, después de todo, año a año seguía en pie.
Entre los chicos y chicas de 5º 3ª también descubrí nuevos talentos de textos literarios. Publicamos algunos de los más destacados.
1. Victoria Álvarez
Esta historia comienza hace casi dos décadas, cuando un nuevo ser llega a este mundo, sin saber que su vida estaría completamente llena de obstáculos…
El nombre y el sexo no importan, pero sí su vida; sus primeros años fueron los mejores, los más tranquilos.
Al cumplir su cuarto año de vida, algo cambió, y todo cuanto conocía se transformó en otra cosa, totalmente diferente. Perdió la capacidad de amar, porque su mundo se volvió frío y sombrío; ya no estaban a su lado las personas que lo trajeron a este mundo, iba sin rumbo fijo por la vida, de familia (o grupo de personas) en familia. Así fue convirtiéndose en un ser que, en apariencia, ya no tenía una vida propia. No se sentía con un lugar en el mundo.
Pasaron los años… y todo seguía igual, hasta que, sin previo aviso, algo volvió a cambiar… El joven no prestó atención a esto, ya que realmente no conocía la felicidad ni el amor ni el abrigo de un hogar. La vida lo golpeó muy duro, quitándole a sus padres a una corta edad, no tuvo hermanos y sus demás familiares no quisieron darle una mano nunca. Pero una persona llegó a su vida cuando ese ser pensaba que ya nada más tenía sentido y había bajado los brazos.
Esa persona le devolvió todo lo que, a través de los años, había perdido, le enseñó a amar, a nunca bajar los brazos, le brindó amor y, luego de muchos años de acompañarse, ambos decidieron formar una familia. El joven ser encontró la felicidad que tanto anhelaba y se sintió al fin realizado. Le volvieron la sonrisa, las ganas de vivir y luchar por lo que soñaba.
La persona que lo hizo dichoso también tenía una oscura y triste historia. Sus padres habían muerto, ambos, en un incendio provocado por error de un piromaníaco que confundió la dirección de su víctima; y su caso fue cerrado con el asesino condenado a diez años de prisión con posibilidad de libertad condicional. Al igual que el joven ser, esa mujer había perdido el deseo de vivir y ya nada tenía sentido.
Ambos se conocieron en el trabajo, eran empleados del Gobierno, de la oficina de Empleos. Desde el primer día, muchacha que, desde ahora, llamaremos Hillary, sintió algo especial al estar con el ser que llamaremos Ozzy. Se hicieron inseparables y todo lo hacían juntos…
Pero el destino nuevamente tenía otros planes. Ozzy empezó a presentar síntomas de cáncer de pulmón, causado por vivir en un ambiente de fumadores crónicos. Hillary se dedicó a cuidarlo y destinó en el tratamiento lo que le había quedado de la fortuna importante que heredó de sus padres. Ozzy logró salvarse.
Ambos, finalmente, llegaron a los setenta y nueve años. La salud de Ozzy volvió a debilitarse y falleció. Y Hillary murió meses después de tristeza.
2. Alejandro Maidana:
En un caluroso amanecer de enero, en la mítica república separatista de Saavedra, habitaba una pobre alma atormentada por la cruel resignación de aceptar su destino, vivir con él y, en ciertos momentos de su vida, subirse al ring con él.
Luca, de sangre bien criolla, tradicionalista pero transgresor, temerario pero con sangre de León, muy humano, comprometido con causas sobre la naturaleza y esas cosas que trajo la nee wave. Muchos lo consideraban introvertido, absolutamente reservado pero muy comprometido con la causa.
Yace su cuerpo aquí hace dos meses ya, dos personas lo acompañan periódicamente, salvo una, un doctor de pelo lago y barba; no lo ubico del hospital, pues será de algún otro departamento. Pero mejor relatemos la historia.
Solo aquellos nobles corazones entendían su causa; los ignorantes reían ante su visión particular del mundo, y ahí yacía la incomprensión e infelicidad que tanto lo aquejaba. Un día indagué sobre la vida de Luca, pues su caso, mis queridos amigos, me intrigó bastante; cada persona tenía una vida distinta, edades distintas, trabajos diferentes, pero encontré un punto en común, sus sueños. En el barrio hay muchas versiones de por qué está aquí: que chocó con su moto a un ladrón que iba a matar a una pobre jubilada; que con su moto, a raíz de saber que salvando a la jubilada se iba a matar él, uno se atrevió a decir que, debido a su locura, se estrelló contra el hada misma.
Su vida está plagada de sucesos de este tipo, por lo que deduzco, su dolor era la felicidad de algunos pocos. Comprendo que allí sí surgía su dolor del alma.
Tras un mes más de coma, despertó. Sus ojos cambiaron; besó como nunca a su novia, que estuvo allí todo el tiempo acompañándolo; abrazó a su madre como nunca… Y, mis queridos lectores, desperté luego de una larga introspección, dejé atrás todo el dolor y asumí mi destino. Si tiene que ser, será; y mientras tanto estoy listo, porque nací… nací para ser leyenda.
Al doctor barbudo que oí venía a visitarme nunca lo
encontré, pero presiento que en instantes lo volveré a ver (o mejor, en un largo tiempo, ¿no?).
Como ya les dije, he tenido la enorme satisfacción de comprobar que este año también hay chicos/as creativos y buenísimos escritores.
Compartimos con quienes nos visiten estas producciones:
A. Los siguientes cuentos fueron escritos después de haber leído y analizado el cuento "Sur", de Jorge Luis Borges. La actividad final consistía en escribir un cuento, realista o fantástico, donde el protagonista se enfrentara con un problema de salud severo o alguna situación límite.
1. “Y solo nos separa una reja…”, Andrea Vanina Giampietro
De lo único que me acordaba era de un gran camión, muchas luces y muchos gritos. Me sentía muy adolorido, pero no podía ver donde estaba, sí podía sentir un extraño olor, muchos olores que permanecían en mi memoria.
Logré despertar, me encontraba en un bosque, donde había muchos árboles raros, con diferentes formas. Empecé a caminar y a percibir más olores conocidos, como olor a las galletas navideñas que hacía la abuela cuando yo era más chica, a chocolate que comíamos en Pascua en la casa de campo del tío, a flores como la fragancia que descubrí aquella vez que el abuelo durmió todo un día y luego no lo volví a ver. Olores bastante peculiares, que me hacían recordar muchas cosas.
Seguí caminando y me encontré con algo muy extraño, distintas puertas. Había una de chocolate, otra de galletita con adornos navideños y varias más. Pero la que más me llamó la atención fue la puerta de rejas con una cruz que tenía mi nombre; al verla, comencé a sentir un dolor fuertísimo en el pecho, pero pese a eso decidí cruzar esa puerta. A medida que iba ingresando, notaba que me volvía transparente y comencé a sentir un frío intenso; no me importó, seguí avanzando.
En el camino, pude observar una enfermera corriendo junto a un doctor y unos enfermeros con una camilla. No sabía ni podía ver qué pasaba.
Llegué a una especie de iglesia abandonada. Decidí entrar, cuando de repente una mano me tocó el hombro; empalidecí y, al girar, advertí un señor con un traje, que me preguntó: “¿Estás seguro de que querés entrar a ver esa situación?”. No sabía de qué me estaba hablando, pero no le di importancia y entré. Al hacerlo, vi a mucha gente reunida y alrededor muchas velas en unas columnas rarísimas. Empecé a sentir más frío y más dolor en el pecho. Luego las piernas se me entumecieron, pero logré avanzar y llegar hasta delante de todo Me espanté al verme acostado ahí, estaba toda mi familia llorando a un costado, en mi propio velatorio. Empecé a gritar y, a la vez, a sentir una presión en la garganta que no me dejaba respirar. Fue horrible verme en el cajón, frío y oscurecido, alumbrado nada más que por las velas, en medio de esa noche fría y oscura.
Eché a correr hacia donde había venido y a percibir imágenes de mi vida, mi infancia, mis juguetes favoritos, mis familiares y todo lo que me hacía ser yo. Conseguí llegar a la puerta de rejas, y allí se encontraba el mismo señor de traje, quien me había recomendado que no avanzara a ver la situación. Esta vez el hombre de traje se acercó y me dijo: “No se puede volver”. Las puertas de rejas, automáticamente, se cerraron; y una cruz con mi nombre se enterró en el fango, en esa tierra húmeda y llena de gusanos. Nunca más pude salir. Y por toda la eternidad esa reja estuvo frente a mí.
2. "La vida ante la muerte", de Agostina Sotelo Molina
Eran tiempos de infelicidad, tiempos en los cuales había mucha pobreza, inseguridad, enfermedades incurables, pero, principalmente, de abundantes muertes.
Su nombre era Jeremías Smith, tenía veintisiete años y vivía en la calle. Huyó de su casa a los catorce por querer estar o, mejor dicho, actuar como sus amigos, que buena compañía no eran, ya que robaban para comer o para poder comprarse la droga que les daba valor para poder vivir el día a día.
Su familia era de clase media, pero podían vivir cómodamente, sin necesidades, antes de caer en la pobreza.
Jeremías, en una noche de mucha droga y alcohol, salió a robar; pero en el camino se encontró con una joven esbelta, de ojos grandes y verdes, hermoso cabello y una boca sensual, en fin, una muchacha muy bella e inteligente.
Él, como todo hombre, necesitaba de vez en cuando de un abastecimiento sexual, ya que sus novias, que le duraban poco más de una semana, lo dejaban porque se ponía agresivo con ellas, a causa de los anestesiantes mentales, o sea, las drogas que consumía.
Sin ningún estupor, se le abalanzó hacia la joven y la trasladó a un callejón oscuro, donde actuaría en forma violenta para conseguir su satisfacción sexual, pero sin imaginarse que esta hermosura de mujer era una mujer lobo. Se apartó rápidamente de ella, al ver que cada vez tenía más y más pelo, que su aparente estatura ascendía de 1,70 a 2,80 metros y que su bello rostro se volvía el de un animal sediento de sangre humana.
Al oír que esa masa de pelos, llena de garras y dientes filosos se le acercaba a paso cortado, sintió la escalofriante presencia de un anciano con mucho poder y sabiduría. Este le dio dos opciones para elegir; la aprimera consistía en hacer retroceder la vida que llevó hasta ahora hacia el momento donde huyó de su casa, y comenzar una vida nueva; la segunda era dejarlo morir ahí, en el lugar donde quiso cometer su pecado más grande, y ser devorado por la mujer que le pareció la más hermosa de todas.
Y, sin dudarlo, aquel joven que alguna vez sintió una placentera seducción por lo malo, hoy se podría decir que eligió vivir antes que morir.
3. “Sueño frustrado”, Nicolás Cuenca
Él era sí. Siempre trataba de ocultar su verdad. Era un sacerdote de cuarenta años, que tenía la particularidad de ser gay. Nadie lo sabía, hasta que una noche, siendo muy de madrugada, decidió ir hasta donde estaba el altar para mirarle a Jesús lo que tanto le gustaba observar. Otro sacerdote que rondaba por ese mismo sector lo contempló asombrado. Luego volvió a su habitación, aunque no a dormir.
Pasaron unos días cuando Gerardo, así se llamaba el pervertido, recibió una notificación del Vaticano, donde se lo invitaba, no de muy buena manera, a abandonar para siempre el sacerdocio. Lo tomó con calma y empacó sus cosas. Antes de irse, miró por última vez esa estatua que tanto le gustaba, pero esta vez sus ojos eran de fuego. Juró no volver nunca más a una iglesia. Pero no lo cumplió, porque dos meses más tarde estuvo otra vez ahí para incendiar ese templo y su vida.
Despertó en el mismo infierno. Lo recibió el diablo en persona, pero para su sorpresa con los brazos abiertos. Sí, se había formado una pareja homosexual en el más allá. Por lo menos eso se creía hasta que se acostaron y durmieron. Él mismo lo había curado.
Gerardo volvió a su iglesia, que tanto quería. Y dio una misa en compañía del máximo referente de la Iglesia Católica. Estaba muy feliz. Luego de que cayera la noche y después de cenar, se acostó con la idea de dormir en paz. Despertó en una sala común y con un médico a su lado, que le decía que la operación había sido exitosa. Gerardo, de diecisiete años, pensó en ser cualquier cosa, menos sacerdote.
Después de una prolongada pausa, reabrimos el blog con actividades, producciones, recomendaciones y demás participación de los chicos y chicas que este año están cursando 5º 1ª y 5º 3ª.
Hubo importantes cambios con respecto al año pasado. La asignatura Literatura, como las otras, ahora es anual en vez de cuatrimestral en estas divisiones de quinto año. Desde hace varios meses, se realizaron refacciones en el edificio -y aún continúan- que ocasionaron varios inconvenientes y colocaron en riesgo la integridad física y psicológica de docentes y alumnos, motivo por el cual hubo suspensión de clases por más de una semana. Se entregaron las netbooks para usarlas como herramienta complementaria y útil. Y las aulas se renovaron con nuevos/as estudiantes, entre los cuales he descubierto a talentosos escritores.
Es mi deseo que esta vez sus trabajos se difundan más, crezca el número de visitas y comentarios por esta vía. También, que los chicos/as se sientan incentivados, se involucren e interactúen en este y en otros blogs, especialmente, del Liceo 11.