sábado, 10 de septiembre de 2011

Más producciones de 5° 1°

A continuación, publicamos más cuentos inspirados en "El sur".

Cuento de Jesús Schwindt:

El hombre caminaba solo y en silencio hacia aquella luz que lo invitaba. Desconocía cómo había llegado allí. Sólo sentía que debía arribar al final del camino.
Se notaba liviano, no sufría ni frío, ni calor, no tenía hambre, no sentía dolor. No veía nada a su alrededor, solamente esa luz invitante, poderosa, irresistible. Y hacia allí se dirigía.
Sus movimientos eran lentos, pausados, interminables; no podía alcanzarla, pero sabía de debía ir en esa dirección.
Entonces comenzó a ver figuras conocidas que le sonreían, lo tocaban y lo llamaban por su nombre: su madre, su abuela, sus tías, aquel amigo tan querido. Le era imposible hablarles, pero percibía que ellos sabían lo que quería decirles.
Y en ese momento casi etéreo fue arrastrado violentamente, como en un remolino. Su cuerpo caía, no podía detenerse, la luz súbitamente dejó de brillar, y sus seres amados se desdibujaron y perdieron nitidez hasta desaparecer.
Otra vez la oscuridad. Cuando abrió los ojos estaba en la camilla de la sala de operaciones. Un grupo de batas verdes borrosas le decían: ¡"Qué susto nos diste! ¡Pensamos que te perdíamos!




Cuento de Daniel Sosa:

Una tarde, ocho días después de mi accidente, mi médico habitual se presentó con un colega nuevo y me condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador. En el camino, me sentía feliz y estaba conversador, hasta que llegué. Fue cuando me desvistieron, me raparon la cabeza, me ataron a una camilla y me iluminaron hasta dejarme ciego. Y, en ese preciso momento, un hombre enmascarado me clavó una aguja en el brazo.
Me desperté luego de varios días, lo supongo, porque en verdad no lo recuerdo bien. Sí recuerdo bien que me desperté en un asiento de un micro semicama, con destino a la ciudad de Rosario, Santa Fe.
Me levanté del asiento para despabilarme y entender el propósito de mi viaje. Vi, finalmente, que todos o la gran mayoría de los pasajeros tenían la camiseta de Chacarita Juniors, equipo de fútbol del que soy fanático. Deduje que nos dirigíamos a la cancha. En la radio se podía escuchar la previa del partido que jugarían Newell's Old Boys contra Chacarita. Mientras tanto, mirando por la ventana, podía leer el cartel "Bienvenido a Rosario". A cada momento se incrementaban mis ganas de llegar al estadio. Al entrar en la ciudad nos esperaba nuestra hinchada amiga, la gente de Rosario Central, que es el clásico rival de Newells Old Boys de Rosario. Compartimos un asado con ellos y nos dirigimos al estadio. Quinientas personas comimos el asado y la cancha éramos seis mil en la tribuna visitante, entre nosotros doscientos hinchas de Rosario Central.
A las tres en punto, salieron los equipos a la cancha y se los recibió con fervor. A las tres y cuarto comenzó el partido.
Pasaron los primeros cuarenta y cinco minutos y los equipos se fueron al descanso sin marcar goles, Chacarita necesitaba una victoria para poder lograr el campeonato. En el entretiempo de quince minutos, me compré un Paty y una Coca-Cola, que terminé al empezar el segundo tiempo del partido.
Ya transcurridos cuarenta y dos minutos del enfrentamiento, Chacarita no lograba jugar bien y un contraataque ofensivo de Newells hacía peligrar las chances de ver campeón a mi equipo. El delantero número nueve de Newells quedó mano a mano con el arquero de Chacarita y se lo sacó de encima con un excelente amague de izquierda a derecha, y se disponía a marcar el gol, ya con el arco vacío y sin ninguna marca. Fue entonces cuando decidí entrar en acción y quedar en la inmortalidad del recuerdo de la gente y del club; salté el alambrado que separa a los jugadores de la gente de la tribuna y, arrojándome al mejor estilo de arquero, impedí que el disparo del "9" se convirtiera en gol.
Luego de esto, todo el estadio quedó enmudecido, y una docena de policías me llevaba arrastrando y a los golpes a la comisaría más próxima al estadio. Allí, me tuvieron una semana detenido y me golpearon a más no poder en todo momento, como a alguien acusado de matar a un policía o algo por el estilo.
A los dos días de estar compartiendo celda con el resto de la población carcelaria, alguien del personal de limpieza me dio una excelente noticia: Chacarita había sido campeón gracias a mi intervención y a un gol de penal en el último minuto del partido. Mi alegría era inmensa y eso me ayudó a soportar los maltratos de los policías durante toda esa semana.
Pero ahora que lo pienso detenidamente y después de haberme recuperado de todos los golpes, no dudaría ni por un segundo de repetir la acción que me convirtió en héroe aquel día. Ni bien me recupere, ¡me dispondré a ir a la cancha y alentar a Chacarita nuevamente!

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